A veces creemos necesitar correr. Huir.
Pero somos humanos. Somos, inevitablemente, carne y afecto.
Y nos volvemos, por necesidad, ingenieros de distancias artificiales.
Salvamos la irrefrenable corriente de nuestra humanidad desde la altura. Porque nos hace sentir seguros, porque nos ayuda a evitar.
El problema es que las copas de los árboles cada vez están más altas.
Porque el silencio crece alto, las murmuraciones ramifican, y las miradas esquivas brotan, perennes.
Y sucede que, a veces, ya no podemos bajar, ya no podemos volver.
Porque nuestras distancias artificiales se nos han ido de las manos. Y han crecido demasiado. Y nosotros nos hemos vuelto demasiado inhumanos.
Quizá podamos saltar. Y quizá nos hagamos daño. O quizá se rompa nuestro forjado de inhumanidad.
Y volvamos a ser libres, y humanos. Hasta que volvamos a trepar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario