Pero la realidad, ¿de qué está hecha? De circunstancias, a través de las cuales se nos despierta, y que son el modo concreto para que no decaigamos, para que no sucumbamos a la nada, y nos sintamos preferidos.







miércoles, 29 de julio de 2015

HAY QUE LLAMAR A LAS COSAS POR SU NOMBRE











"El asesino de Cecil cierra su clinica por avalancha de críticas"
"El dentista que asesinó a Cecil: dientes blancos, corazón negro"
"El cazador del león Cecil se convierte en el villano de Internet"

Prensa, televisión, y radio hacen eco masivo de la noticia de un dentista norteamericano acusado de cazar cruelmente a Cecil en África. 

Mientras tanto, más de 150 millones de cristianos son perseguidos anualmente en el mundo. En concreto, en Oriente Medio la cifra de cristianos cazados por el ISIS y asesinados por decapitaciones, lapidaciones y disparos crece hacia los 3000. La ONU además estima que en torno a 1,2 millones de personas han sido desplazas por la violencia en Irak en lo que llevamos de año. 

Necesitamos tener algo de lo que hablar siempre. Porque nos da miedo el silencio. Y al final hablamos de cualquier cosa. Siempre hay una noticia. Aunque no lo sea. Pero no podemos hacer noticia de esta masacre, no podemos defender estas vidas, no podríamos mirar a los ojos a un niño sirio y llamarlo por su nombre.

El mundo entero conoce a Cecil y ruge por él. Mientras tanto, ISIS sigue sumando muertos, cuyo único enterramiento es el anonimato y el silencio.

Pero y ellos, ¿quiénes son?

Personas con nombre, con historias y con familias.

Personas con deseos, con sueños, con sufrimientos y con esperanzas.

Personas con un gusto por vivir, con un aroma y sabor preferido.

Personas, cristianos. 

Personas, también musulmanes.

Personas con un lugar especial en el que mirar las estrellas, y con una persona especial con quien mirarlas.

Personas con una canción que arrancaba su mejor paso de baile y con otra que los transportaba a aquel recuerdo de su adolescencia. 

Personas sin punto de mira.

Personas enterradas bajo campos de grillos.

Personas cuyos gritos no consiguen hacerse eco. 

Porque gritan, pero no rugen. 

Personas radicales. Porque ser radical no es el gesto externo de exterminar toda raíz distinta a la tuya, sino un gesto interno de ahondar en cada uno, y enfrentarte una pregunta ¿Quién soy y para qué estoy hecho?. Esta aventura de conocernos a nosotros mismos con frecuencia nos lleva a descubrir ideales tan amplios que deseamos gritarlos, pero nunca rugirlos, porque cuando hemos encontrado algo verdaderamente bueno y bello en la vida, somos tan libres que deseamos compartirlo, pero no necesitamos imponerlo.

Y por esto no son noticia. Porque ni sabemos ni podemos empatizar con ellos, porque nosotros no somos radicales. Porque tenemos vértigo a profundizar en nuestras raíces y respondernos preguntas, o si lo necesitamos, preguntar y pedir ayuda. Porque nos da miedo el silencio y descubrir quiénes somos. O quiénes no somos. 

Y no sabemos para qué estamos hechos, ni por qué abrimos los ojos cada mañana. De hecho, nos da igual. 

Entonces, como nos damos igual, no podríamos mirar a un niño sirio y llamarlo por su nombre, porque tampoco sabemos realmente lo que alguien está diciendo cuando nos mira y nos llama por nuestro nombre. No podemos mirarlo a los ojos y darle esperanza, porque no la tenemos. No podemos gritar por él, ni por ninguno de ellos, porque no hemos entendido nada. Ni de la vida, ni de nosotros mismos. 

Porque nos da miedo poner nombre a las cosas, aterrizar, profundizar; nos da miedo ser radicales y gritar. 

Y porque solo nos han enseñado a rugir.

Pero justamente la paz nace cuando mordemos el rugido del orgullo.

Y el amor crece cuando ahogamos los rugidos en un abrazo de perdón.

Y la verdad asoma cuando cerramos las fauces y abrimos los oídos, atronados de nuestros propios rugidos.

Hace 2015 años, Cristo eligió no rugir. Pero nunca ha dejado de gritar. 

Porque algunos siguen gritando con Él y como Él. Porque no tienen miedo de nombrarLe.

martes, 14 de julio de 2015

¿PODEMOS ESPERAR ALGO DE LA VIDA?



En la vida está bien que se cumpla todo lo que es razonable, lo que es esperable, porque nos hace sentir protegidos. Pero a veces, querer explicarlo todo, es también cerrarnos a todo. Porque todo lo que sucede fuera de lo que para nosotros sería explicablemente justo que nos pasase, resulta inadmisible, imposible de ser afrontado y vivido, más allá de ser soportado.

¿Podemos esperar algo de la vida, o estamos condenados a cansarnos de esperar?

Nuestro error es que vivimos la vida comprobando. Evaluando cada vez que algo sucede, si está a la altura de lo que esperábamos o si por el contrario, me sumerge en un drama. ¿Y si en lugar de de comprobar, intentásemos probar todo lo que se nos presenta, darle una oportunidad a cualquier circunstancia, sin prejuicios, y descubrir si quizá puede ser de verdad para mi, si puede despertarme imprevistamente más a la vida? La vida sería más amable.

Y es que cuando intentamos explicar ciertas realidades de la vida, como el amor, nos las cargamos. Lo mismo sucede con Dios. Porque ambos, siempre pueden resultar razonablemente injustos bajo nuestros criterios.

Decíamos que está bien que se cumpla lo que es razonable, que nos hace sentir protegidos. Pero Cristo ha venido a romper con nuestra dependencia hacia todo lo razonablemente esperable, de modo que mi corazón no se sienta claustrofóbico nunca más. 

Cristo ha venido a impedir que aplastemos nuestra humanidad y hacerla crecer. A ofrecernos una mirada viva, con afecto hacia la vida, de modo que ante cada suceso, cada persona, cada encuentro que puede que no fuese lo que esperábamos, podamos descubrir que es mucho más de lo que creíamos necesitar.

Entonces nada de tu vida es, ni ha sido, un accidente. Nada de tu historia se encuentra fuera de un misterio, pero un misterio sostenido. Y todo es igual, y tú eres el mismo, pero mejor. Porque tienes una razón mejor que se hace presente en todo. Y es Cristo.

Y ahora, ¿hay algo que no puedas esperar de la vida?


jueves, 9 de julio de 2015

LA LIBERTAD DE OBEDECER



Con frecuencia nos enfrentamos en la vida a la palabra obediencia. Y con frecuencia en la vida asociamos negativamente esta palabra a un matiz de esclavitud. Y sin embargo, la mayor libertad de la vida se alcanza obedeciendo. ¿Qué es obedecer entonces?.

La obediencia no se trata de 'haz esto'. La obediencia nunca puede nacer de un dedo externo imperativo. Un estímulo de fuera la pone en juego, pero nace del corazón, de aquello que nos enciende, que en nuestro silencio nos sigue despertando, aquello que, en definitiva, nos permite decir, 'estoy hecho (o no) para esto'.

El corazón no se nos ha dado como obstáculo en la vida. Como algo que nos condena siempre a perdernos, a naufragar por los vaivenes que provoca, siempre en lucha con la razón. Al contrario. El corazón se nos ha dado como herramienta infalible que, puesta en tensión con la realidad, nos permita saber, de un modo razonable, quién soy y para qué estoy hecho en cada instante. Y la realidad con todas sus consecuencias y con todos sus matices. No podríamos, por ejemplo, abandonar un sentimiento como la tristeza a ser una triste casualidad ajena a nosotros, a la que no mirar de frente. El corazón está hecho para vivir y experimentar también la tristeza, con tal hondura, como para reconocer por qué estoy triste y esta tristeza a qué me lanza en mi vida, qué me dice, a qué lugar apunta, qué puerta abre, de qué esperanza se acompaña.

Obedecer, cuando se trata de alguien, es seguir a otro al que reconocemos más grande que nosotros, que vive mejor que nosotros ese 'algo' que nos apasiona en la vida, y que al seguirlo, consigue que nosotros acabemos siguiéndonos a nosotros mismos, llegando a ser más y mejor nuestro propio 'yo', cada uno. El resto, es polvo. Algo que no nazca de aquí permanecerá tanto como el dedo tirano tarde en esconderse de ti para dirigir a otro, mientras tú te vas a ser quien eras antes de quitarte el sombrero. Quien inspira obediencia debe ser alguien capaz de retar tu propia libertad, hasta el punto, de enfrentarte tú mismo a tu realidad y a lo que ella provoca de un modo decisivo en tu vida, con todas las consecuencias.

Pero volvemos al principio, con frecuencia, algunos nos confunden. Porque mandando, prohibiendo, cohartando, consiguen que no descubramos quienes somos, porque realmente, no nos quieren tal y como somos, porque tienen miedo del potencial de alguien libre frente a la vida, tienen miedo de una libertad más grande que la suya, tienen miedo de su libertad, tienen miedo de una pregunta ¿y tú quién eres, y para qué estás hecho en la vida?


"La novedad sustancial que trajo Jesús es que él abrió el camino hacia un mundo más humano y más libre. Él confía en nosotros y desea que realicemos todos nuestros sueños más nobles y elevados de auténtica felicidad, siempre haciéndonos participar de su ser “para todos”, haciendo que éste sea nuestro modo de ser." 
(Benedicto XVI, extractos del 8 de Octubre, 11 de Septiembre, 30 de Noviembre de 2005)

Compartir